Pablo de Olavide ¿el afrancesado o el
ilustrado español?
Rafael Aguilera Portales*
RESUMEN
Existen diversas hipótesis sobre la polémica
de Olavide, un afrancesado o un ilustrado. ¿Podemos considerarlo un conocedor de
las corrientes intelectuales europeas pero sin impregnarse de las mismas? o ¿un
afrancesado intelectualmente?. Y una tercera hipótesis que considera a Olavide,
un ilustrado español que fusiona las ideas intelectuales nacionales con las
foráneas. Nos encontramos ante un pensador ilustrado español independiente que
sabe conjugar y compatibilizar las ideas ilustradas que provienen de Europa con
la tradición política-teológica española. Un pensador que sin renunciar al
racionalismo crítico ilustrado defiende la idea de un reformismo tendente
hacia una utopía social con los
sentimientos cristianos más nobles y bellos.
I.
Introducción.
La obra escrita de Olavide no destaca por su
valor literario, sino por su profundo sentido ilustrado que busca la
transformación racional de la sociedad y las costumbres. Prácticamente, todo lo
que escribió está impulsado por ese afán revolucionario de cambio.
Existen diversas hipótesis sobre la
polémica de Olavide, un afrancesado o un ilustrado. ¿Podemos considerarlo un
conocedor de las corrientes intelectuales europeas pero sin impregnarse de las
mismas? o ¿un afrancesado intelectualmente?. Y una tercera hipótesis que
considera a Olavide, un ilustrado español que fusiona las ideas intelectuales
nacionales con las foráneas.
José Luis Abellán deja sentado que su
producción no responde responde a lo que clásicamente entendemos por filosofía y
se le ha tenido por afrancesado, y defiende la tesis de que nadie estuvo entre
nosotros más imbuido que él de lo que en la época llamaban “espíritu filosófico”
[…] En éste, y sólo en este sentido, decimos que este insigne ilustrado fue un
filósofo, más preocupado por cambiar y transformar las sociedad de acuerdo con
los principios de la razón ilustrada, que por entender el mundo y explicarlo
intelectivamente al modo clásico”1
Manuel Capel Margarito mantiene
tajantemente que Olavide en ningún modo le cuadra la etiqueta, precipitada, de
afrancesamiento, pues ni se alimentó en las fuentes del naturalismo
enciclopedista, sino en las doctrinas político-teológicas tradicionales del
Siglo de Oro español, ni coreó las concepciones seudo-originales del siglo
francés prerrevolucionario
Según Marcelin Defourneaux, en su libro
Pablo de Olavide, el afrancesado, Olavide se convirtió en un
doble símbolo: “Símbolo de la España ilustrada, que bajo el impulso del conde de
Aranda, había empezado a remontar su atraso secular; símbolo de los prejuicios
del fanatismo, que se había despertado para abatir a los innovadores y acabar
con su obra”2
II.
Influencias volterianas.
En 1761, durante uno de sus largos viajes por
Italia y Francia, se detuvo una semana en “Les Délices”, la famosa finca de
Voltaire, que vio en él “un filósofo muy instruido y muy amable”;
enorgulleciéndose de esa visita que luego contribuirá a su caída. El gusto y la
afición por el teatro lo había recogido Olavide de su admiración por Voltaire,
de quien quería reproducir la imagen en España. Hablando de ello dice
Defrourneaux: “su más alta ambición era llegar a parecer o ser un Voltaire, al
menos de dimensiones españolas”. Impulsado por ese deseo de convertirse en
árbitro de la refinada cultura de salón, instaló en su propio domicilio un
teatro privado en el que representar las obras de su gusto.
El supuesto volteranismo y
enciclopedismo de Olavide lo basaron los inquisidores en la tenencia de libros
prohibidos y en el contacto que tuvo con Voltaire. En diversos escritos de 1776,
Olavide declara que nunca ha faltado a la religión católica aunque haya tenido
algún desorden de mi juventud. Alude a que el mismo Voltaire le recomendó a un
amigo en los siguientes términos:
“Va don Pablo de
Olavide, hombre que sabe pensar, español, y no como los bárbaros compatriotas;
piensa mal del catolicismo y de la Inquisición, y si Madrid tuviese cien hombres
como éste, Madrid sería otra París”3
Rafael Olaechea y José A. Ferrer
Benimeli concluyen que Voltaire y en general los enciclopedistas y
posteriormente los revolucionarios franceses pretendían con estos erróneos
elogios al conde de Aranda, propagar en España sus ideas.
Olavide será utilizado al igual que lo
fue el conde de Aranda como pantalla para propagar las ideas enciclopedistas.
Defourneaux califica a Olavide de símbolo de la España ilustrada que luchaba por
acabar con el retardo secular y por otra el de las fechorías del fanatismo que
surgía de nuevo para destruir las reformas emprendidas. Alrededor de Olavide se
tejerá una leyenda que se tomará como un símbolo de lucha por la libertad de
pensamiento y de expresión
La biografía presenta una España dominada por
los eclesiásticos y en la que reina la superstición. Fernando VI estuvo
supeditado a su confesor, el padre Rávago, que le había inculcado el deber de
someterse a la voluntad de los ungidos del Señor y el pobre Rey estaba
convencido de ir al infierno si no cumplía este deber de todo príncipe católico.
Carlos III comenzó su reinado con buen pie, pues su “primer acto” fue cercenar
el poder de la Inquisición; pero inmediatamente el confesor real, padre Osma,
“recoleto, hombre avaro, ignorante, hipócrita, envidioso, sentina de todos los
vicios” y el nuevo Inquisidor, persuadieron al rey de que revocara su dictamen.
Así renació de sus cenizas y con más fuerzas el Santo Tribunal.
Los infortunios de Olavide, según
Diderot, también están provocados por los clérigos. La causa de su destitución
como Oidor de la Audiencia de Lima y de su encarcelamiento posterior fue su
persecución “sin descanso” por los sacerdotes; Pero felizmente” en España, como
en todas partes, el oro es el medio más poderosos para allanar las dificultades,
especialmente las procedentes del clero, y así pronto fue puesto en libertad.
“Olavide es convertido en mito vivo, es
el ejemplo de un hombre que intentó renovar su país de acuerdo con las nuevas
ideas y a quien la Inquisición (símbolo de oscurantismo) condenó por ello.
Olavide, cuando se estableció en París, después del autillo de fe, intentó
eludir esta popularidad, no quiso ser el “mártir de la Inquisición” y por ello
cambió su nombre. En adelante se llamó conde de Pilos”4.
Luis Perdices Blas en su libro Pablo de Olavide, el ilustrado sostiene que Olavide y sus compañeros de
viaje ilustrados intentaron reformar España y para ello cogieron ideas del otro
lado de los Pirineos, pero no ideas religiosas o políticas. Así, pues junto a su
formación intelectual, “su fidelidad al Trono y al Altar” no se puede considerar
a Olavide un ilustrado afrancesado o una excepción entre los ilustrados
españoles. En Olavide confluyen lo nacional y lo foráneo, tomando todo aquello
que fuese “útil” viniera de donde viniese. Así, en su producción literaria,
encontramos influencias francesas, inglesas y españolas, al igual que sus
escritos de reforma agraria o educativa.
Uno de los temas más polémicos en la
obra de Olavide es su actitud religiosa. Su formación racionalista y el carácter
desenfadado del peruano contribuyeron a propagar la imagen de filósofo incrédulo
y volteriano que utilizó la Inquisición, un personaje impío, blasfemo y enemigo
de la religión. Olavide comparte con sus amigos ilustrados españoles el respeto
al Trono y al Altar y éste respeto marca la diferencia más patente entre éstos y
los “philosophes” franceses.
Sin embargo, nada más alejado de la
realidad, Olavide se rebeló contra las supersticiones, contra las
manifestaciones irracionales del culto, contra la hipocresía de muchos
creyentes, contra la corrupción e inmoralidad del clero, pero albergaba en su
alma sentimientos religiosos. Olavide mantuvo una religiosidad ilustrada, una
comunión crítica y racional con la Iglesia católica y una visión utópica de la fecundidad y semilla del cristianismo
originario. Olavide trata de compatibilizar el ideario ilustrado con una
exaltación de los sentimientos cristianos. El evangelio en triunfo se mueve
dentro de una consideración ilustrada del cristianismo:
“Cuando el Evangelio
no fuera más que un sistema humano cuando, se pudiera demostrar el divino origen
que se le atribuye es falso, y sus esperanzas y amenazas son quiméricas, nadie
pudiera negar que es un libro excelente, que no ha podido escribirse sino con
intenciones virtuosas, que sus doctrina es tan pura, sus máximas tan santas, y
sus consejos tan sabios, que si su observancia fuera general, con esto sólo se
remediarían cuantos abusos y desórdenes lloran los hombres de bien en las
sociedades humanas. Así es imposible gritar a los fundadores del cristianismo el
mérito de haber emprendido un designio saludable, de haber concebido ideas
santas y sublimes, y de haber sido hombres benéficos, y verdaderos amigos de los
otros hombres… aun cuando fuera posible demostrar que no existe ninguna religión
revelada, sería menester respetar el Evangelio como el mejor libro que ha caído
en las manos de los hombres.”5
Olavide fue condenado por la
Inquisición entre otras razones por la lucha de intereses que enfrentaban a la
Iglesia y la monarquía dentro del reinado de Carlos III. Al año de haber asumido
sus primeras responsabilidades políticas, en 1767 fue nombrado asistente de
Sevilla e intendente de Andalucía. Sus amplísimos poderes constituían el
instrumento de la nueva política ministerial. No obstante, el partido de los
detractores no cesó de aumentar: el cabildo de Sevilla, las corporaciones
gremiales, las órdenes religiosas, las cofradías y hermandades. He aquí a la
nobleza local y al clero regular: la reacción al cambio, la defensa de los
intereses creados. La nueva planta universitaria detonó las pesquisas más
temibles: la Inquisición. Era el año 1768, después vino la colonización de la
Sierra Morena y la fisiocracia como telón de fondo, también las refriegas con
los frailes y las intrigas políticas. Sin saberlo, Olavide se halló al albur de
lo que se dirimía en los pasillos de la Corte. El desenlace resultó demoledor:
en 1776, a instancia del confesor real, fray Joaquín de Eleta, el monarca
autorizó el proceso inquisitorial. El notable ilustrado fue acusado y preso en
1776 en Madrid, por lecturas impías de Rousseau y Voltaire. A finales de 1778 se
produjo un Autillo de fe ante unas setenta personas distinguidas, la mayoría de
sus amigos. Fue declarado hereje y condenado a confiscación de bienes,
inhabilitación para el ejercicio de cargos públicos, destierro perpetuo de la
Corte y ocho años de reclusión en un convento. Olavide, anonadado por la
desesperación y la vergüenza, irrumpió la lectura de los cargos diciendo: “yo nunca he perdido la Fe”. Un negro
manto de ausencia y silencio cubrió su persona durante dos años. La protesta
europea fue sonada: Voltaire, Diderot, Catalina de Rusia, Federico de Prusia
abominaron del atraso hispano. La leyenda negra se extendía y propagaba más allá
de los Pirineos…
“Libertad, igualdad: palabras-ilusión, sin duda, pero no obstante
conmovieron a Francia y al mundo, y todavía los conmueven;
palabras que dan sentido a la vida. Añadiría a ellas la fraternidad,
que no es, el igual que la libertad y la igualdad, un principio
frontispicio de la Declaración de derechos, sino un deber.
Si la libertad no es nada sin la igualdad, si la libertad sin
igualdad no es sino el privilegio de algunos. ¿Qué sería la
igualdad sin fraternidad?”6
Olavide testimonia la historia contada por
Voltaire en su cuento el Cándido, una historia de ascensos y caídas radicales,
de contingencias históricas y azares que nos acercan hacia una actitud escéptica
ante la vida y nos alejan del mito optimista del triunfo de la razón ilustrada
sobre las tinieblas de la ignorancia. Adorno y Hokheimer, pensadores de la
Escuela de Frankfurt, en su obra Dialéctica de la Ilustración(1947)
denunciaron la tergiversación y deformación de la razón ilustrada y la
frustración del proceso de emancipación iniciado por la Ilustración. La
Ilustración creyó descubrir en la historia humana, la historia del progreso
llevada por un progreso moral y técnico ilimitado. La Razón lejos de liberar a
los hombres de todo dominio y de todo dogma ha conducido a las sociedades
actuales a nuevas y más sofisticadas formas de dominación, bajo nuevos dogmas y
mitos. En este cuento el Cándido o el
optimismo critica la visión optimista e ingenua de Leibniz y su creencia en
la divina providencia. A raíz de un terremoto que tuvo lugar en Lisboa en 1755,
causando miles de muertos, Voltaire se replanteó el problema de dios y el mal y
rechazó el optimismo metafísico según el cual “este es el mejor de los mundos posibles”. Desde el comienzo
y a lo largo del relato se van reiterando las enseñanzas del preceptor Pangloss,
de un optimismo impermeable a todo tipo de catástrofes: “Todo está hecho para un
fin”. “Este mundo es el mejor que se pueda imaginar”. Después de la odisea de
desgracias, Cándido se retira a una granja, resuelto a cultivarla, y sin darle
más vueltas a la cuestión metafísica de: ¿Qué importa que haya bien o mal en el
mundo?.
El final del relato filosófico es un
canto al escepticismo: “Lo único que hemos de hacer es cultivar nuestra
huerta”. Con esto se acerca al final feliz campestre de Rousseau o vuelta al
estado de naturaleza. La moraleja volteriana no es una huida egoísta e
insolidaria, sino el aprendizaje de que el radio de acción humana es limitado:
alcanza sólo la extensión de una huerta. La solución sería, por tanto, ya que no
podemos mejorar el mundo, mejoremos al menos nuestro huerto más cercano. Todo es
vanidad, dice Voltaire, las guerras, con sus miles de muertos y sus sufrimientos
sustanciales son producto del capricho de algún gobernante. ¿Y qué es la
vanidad? Una enfermedad del yo, una dependencia patológica de la mirada de los
demás. Como dice Fernando Savater en su novela El jardín de las dudas, “Si viajaseis por España
tendríais ocasión de tropezar con otras curiosas peculiaridades. Al llegar a la
habitación de una posada, por ejemplo , advertiríais -entre otras carencias de menor cuantía-
que la puerta no tiene pestillo sino un simple picaporte. No os molestéis en
protestar por ello, pues se trata de una norma del Santo Oficio. De este modo
los inquisidores pueden presentarse en cualquier momento para averiguar lo que
hacen los viajeros en su cuarto, sin que ningún cerrojo rebelde estorbe a su
celo. […] La Santa Inquisición vela continuamente en este país por nuestra
salvación eterna, de tal modo que aquí quien no quiere salvarse está perdido.
Cuando llega la pascua, los párrocos exhiben en la puerta de sus iglesias la
lista de los ateos y herejes que no han cumplido con el precepto eucarístico: el
Santo Oficio se encarga luego de ellos. También se ocupan los inquisidores de la
moda, pues nada escapa a su cuidado. El más reciente debate hispánico en materia
teológica ha sido en torno a los calzones con bragueta, invento a todos luces
diabólico además de extranjero.[…] Para bien y para mal, el rasgo de carácter
distintivo de los españoles es el orgullo. El afán de ganar fama ante los demás
de ser tenidos por intrínsecamente nobles les hace acometer empresas a menudo
ridículas pero alguna vez grandiosa y casi siempre inútiles. Están contagiados
por don Quijote, al que Cervantes creó como una caricatura y que sus lectores
han confundido con el retrato de un ideal. Cierto que también es el orgullo lo
que les hace evitar muchas fechorías y, por miedo a perder su renombre, se
comportan a veces con insólita decencia.”7
Una idea que define a Voltaire y
Olavide es su enfrentamiento al fundamentalismo religioso de su época. Un
fanatismo que había degenerado en guerras, matanzas y todo tipo de convulsiones
políticas en Europa. Aunque existe una diferencia sustancial entre Voltaire y
Olavide. Éste último aunque era crítico con el poder de la Iglesia mantuvo
fidelidad a la monarquía y la fe católica. Voltaire criticó el poder y los
privilegios de la Iglesia, aunque es sus obras muestras una debilidad por los
déspotas ilustrados y tampoco censuró los privilegios de la aristocracia. Para
Voltaire, las religiones son una forma de sometimiento y de alienación de los
hombres. El triunfo de la razón iluminará a todos los hombres y los sacará de
las tinieblas de la superstición y la ignorancia. La razón triunfará sobre las
fuerzas irracionales y nos conducirá hacia la mayoría de edad y la felicidad.
Voltaire trató de luchar por una sociedad laica, secular, pluralista y
tolerante, desde la libertad de expresión y de conciencia. Su lema favorito era:
¡Aplastad al infame! Refiriéndose al oscurantismo, la
intolerancia y la estupidez humana, que no es precisamente poca.9
Abellan José Luis: Historia del pensamiento español Espasa
Calpe, Madrid,
1981,vol. IV.
Aymes, J.R.: España y la Revolución Francesa,
Editorial Critica , Barcelona,
1989
Defourneaux Marcelin: Pablo de Olavide, el afrancesado, (trad. española),
presses Univesitaries de France, París.
Dominguez Ortiz, A.: Carlos III y la España
de la Ilustración, Alianza, Madrid,
1988.
Perdices Blas, Luis: Pablo de Olavide, el ilustrado,
editorial Complutense,
Madrid, 1993.
Olavide, El evangelio en triunfo, Madrid, 1799,
vol II.
Soboul, A.: La revolución francesa. Crítica.
Barcelona, 1987.
Savater Fernando: El jardín de las dudas, Planeta
DeAgostini, Barcelona,
1999.
Voltaire: Cándido o el optimismo, Ed. Bruguera,
Barcelona, 1987
* profesor
de Filosofía del I.E.S. “Ramón y Cajal” de Fuengirola (Málaga)
2
Defourneaux Marcelin:
Pablo de Olavide, el afrancesado,
(trad. española),
presses Univesitaries de France, p. 365
3
Véase Defrourneaux p. 275.
4
Perdices Blas, Luis: Pablo de Olavide, el
ilustrado, editorial Complutense, Madrid, 19993 , pag 76
5
Olavide, El evangelio en triunfo,
Madrid, 1799, vol II, pag. 151-152.
6
Soboul, A.: La revolución francesa.
Crítica. Barcelona,
1987, p.90
7
Savater Fernando: El jardín de las
dudas, Planeta DeAgostini, Barcelona,
1999, p. 68.